En un lugar de La Habana, me encontré dos gallegos, gente amable y abierta al diálogo. El uno era de nacimiento, y, el otro nació en La Habana, al poco tiempo de llegar sus padres allá por el mil novecientos.
El que nació en Galicia, llegó a Cuba en un capazo, poco más o menos de dos añitos y, sólo volvió a los setenta y alguno. Su acento era rotundamente cubano. La única realidad conocida para ellos, pero en su sangre llevaban el ADN escrito de Galicia. Allí me los encontré sentados en el muro del Malecón, en mi regreso a Cuba en el 2005.
Me contaron que un cuartucho era su habitación compartida en el otros tiempos famoso ¨CENTRO GALLEGO¨, por desgracia ahora desmochado. ¨Ven aquí muchacho y, atiende lo que te voy a decir¨. Ahí nos tiene metidos como los guajiros en un bohío.
Estos dos gallegos reciben de vez en cuando noticias tardías de su Galicia nostálgica. Aquel esplendor pasado de su ¨CENTRO GALLEGO¨, se quedó en una secuencia de armarios cerrados ante la impotencia. Hoy ya no hay miedos ni silencios, sólo esperanzas e iluciones compartidas día a día. ¨Si tuviera sitio en esa maleta, me metía y me marchaba¨. Cuba es un barco a la deriva. Sopla un viento avinagrado y detestador hacia quienes les habían dejado sin sus cosas.
Una botella de ron y sus vasos fueron testigos de aquel brindis.
¨Brindemos por nuestra Patria, por ese diamante perdido en la esperanza de la memoria, de la infancia, de la lengua, de la tierra lejana¨.
Salud, por tres veces.
Sus miradas se perdieron como las primeras luces al asomarse más allá del Morro.
Un apretón de manos sudosas se unieron a las mías en aquel rincón habanero, mientras mi mujer Gloria y mi hija Rebeca, curioseaban los Chiringuitos.